DISCURSO DEL ODIO

Como me apunta mi querida Paula, cuando hace unas semanas murió Bimba Bosé, las Redes Sociales se llenaron de tuits, fotos, opiniones… La mayoría, preciosos, pero siempre hay un agrupamiento de «buitres» que están al acecho para aprovechar el momento débil del otro, del que está malherido, del ser que yace sin vida. De eso se alimentan. Solo son proyecciones de sí mismos, frustraciones emocionales que salen a flote en un intento desesperado de callar esas voces interiores que les dicen qué y cómo son realmente, aunque no lo quieran aceptar ni asumir. Este es un gran problema. Pero el que cada día aumenta más considerablemente es el inexsistente respeto hacia lo distinto de mí. Somos más monstruos que personas. O mejor dicho: las personas damos más pábulo a los monstruos que a los que realmente importan. Sea como fuere, es incomprensible que cuando una persona fallece, más aun después de una incansable batalla contra el (maldito) cáncer, aun exista gente, que no personas, que se atreve a entonar palabras tan hirientes, feas y fuera de lugar.

El modo en el que decidimos hacernos presentes en el terreno digital o en el instantáneo, desnuda aspectos sobre nuestra esencia, sobre nuestra existencia. ¿Somos de esto conscientes? ¿De qué color son las entrañas afectivas de todos los que desearon la muerte de Víctor Barrios por amar su profesión? ¿A qué puede oler la capacidad de amar de aquellos que preferían que Adrián, el precioso niño “peloncete” de 8 añitos que quería curarse para bailar con un toro algún día? ¿A qué suena la voz de aquellos que ensucian con sus berridos la mágica sinfonía de Bimba? Admirada Bimba.

Esta forma de “estar” en el mundo afecta a nuestro ser. Prejuicios incontrolables que viajan  en segundos propagándose por las redes como el peor de los virus. Podemos crear de una mentira una verdad sin que nadie se moleste en contrastarlo. Y es también responsabilidad nuestra poner en duda mucho de lo que en las redes nace. Siempre se cree lo más espectacular.

Está claro que nuestro mundo cambia y evoluciona gracias a la ciencia y a la tecnología. Sin embargo, el aquí y ahora en lo emocional y en los afectos lo era también hace 500 años. No hay armonía entre ambos hemisferios. Ocurre una “forma mal sana del individualismo actual” como plantea un psiquiatra argentino, en el que impera la vanidad, el egoísmo, las relaciones de conveniencia, la sensibilidad es vista como debilidad… y es gracias al Langui cuando por fin gritamos: “SE BUSCAN VALIENTES”.

¿Tienes capacidad de identificarte con alguien y compartir sus sentimientos? Esa capacidad es la empatía. Probablemente una gran carencia en esta sociedad. Creemos estar más conectados que nunca, más cerca los unos de los otros y, sin embargo, solo nos alejamos cada día más.  ¿Dónde guardamos la empatía, el respeto y la aceptación del otro?

Esta falta de empatía llega a su éxtasis colándose en las aulas de los más pequeños. El acoso escolar o bullying afecta a 4 de cada 100 escolares según el Ministerio de Educación, matizando que no se conocen con precisión las tasas reales. Según la Organización Mundial de la Salud, el número de suicidios a nivel mundial alcanza la cifra anual aproximada de 600 mil adolescentes entre los 14 y los 28 años, de la cual, al menos la mitad de casos, estarían relacionados con situaciones de acoso escolar. ¿Por qué nuestros niños no quieren vivir? ¿Les enseñamos a amar la vida? ¿A que respeten la vida del otro sea del color que sea y ame a quien ame? ¿O les tatuamos -desde modelos suyos que somos- la letra del llamado “discurso del odio” con lo que hacemos, con lo que decimos, con lo que deseamos, con lo que respetamos?

No es solo el impacto en nuestro mundo externo el que se tambalea fruto de esta transformación digital sino el brutal impacto en nuestro mundo psicológico… en lo humano.

Se ha producido una pérdida en la privacidad personal tal, que son nuestras vidas las que están online. Para muchos es un fracaso aquello de “menos” es “más»… Se frustran, se angustian… y están dispuestos a hacer lo que sea por un puñado de “likes”, de “amigos”, de “seguidores”. Para ellos, ”más” sigue siendo “mejor”. Carece de sentido el ser personas privadas y se divorcian libremente de tal título. Hasta tal punto que si creíais que ya lo habíais visto todo… ¡No sé lo que estará por llegar! Me refiero a que está de moda parir a tu hijo en vídeo directo y subirlo a las redes. Sentirnos dueños de nosotros mismos hace que todo valga. Y NO, NO TODO VALE. Ni todo vale ni puede valer todo. ¿Quizás lo próximo sea un vídeo-tutorial en directo sobre “Cómo hacer un bebé: 10 breves pasos a seguir”? ¿Todo esto es verdaderamente un impacto positivo en nuestra forma de ser?

Lo instantáneo está instalándose en nuestros días, en nuestra cultura. Hacerlo todo ¡ya! va en dirección contraria de lo que los psicólogos valoramos mucho en los hábitos personales como la  “demora de la gratificación” o lo que es lo mismo, que la recompensa, la gratificación ha de hacerse esperar. Sin esto, no hay límites, solo frustración. Esto es precisamente el caos que estamos ofreciendo a los niños. El no saber esperar. Ser los reyes de la impaciencia  tiene sus consecuencias sobre nuestra salud mental.

Ahora instauramos entre nosotros y la persona con la que quedamos a tomar un café, barreras invisibles pero invencibles para nuestra comunicación. Teléfono en mano somos capaces de whattsappearnos el uno frente al otro, eso sí, sin mirarnos a los ojos. Enviamos cientos de caritas con besos pero… ¿cuánto besamos? Barreras que destruyen los vínculos naturales del cara a cara, de las miradas, de los susurros. Falta empatía y sobra narcisismo.

En una reciente publicación leía: un estudio de la Universidad de West Illinois sobre narcisismo mostró que Facebook facilita grandemente los dos aspectos principales del narcisismo: abundante autopublicación y comportamiento explotador. Encontró que las personas con tendencias narcisistas eran más propensas a exhibir comportamiento antisocial en Facebook, como reaccionar enojados a comentarios negativos y publicar cosas que buscan la atención de los otros sin ofrecerla a cambio.

Escuchaba anoche estos datos que creo nos pueden hecer reflexionar: «El vicepresidente de Twitter, pidió hace pocos días disculpas por ser incapaz de frenar el acoso, la violencia y los ataques personales». «En Facebook, no saben cómo acabar con las noticias falsas. Han cambiado el algorítmo matemático para poder establecer algún tipo de filtro en las noticias falsas».         «Donald Trump, ganó entre otras cosas, porque se dio cuenta que en EE.UU 200 millones de americanos se informaban por Facebook en vez de por los informativos y empezó a filtrar noticias sin contrastar, que le pueden haber ayudado bastante en la victoria».

La tecnología no es mala y el progreso mucho menos. Algunas cosas que la tecnología nos permite hacer son realmente increíbles. Pero tenemos que darle expresión desde nuestras conciencias. Somos cada unos de nosotros quienes decidimos jugar o no jugar y desde qué papel lo hacemos: constructivo o destructivo.

“Tomarse las cosas personalmente te convierte en una presa fácil para esos depredadores, los magos negros… Te comes toda su basura emocional y la conviertes en tu propia basura. Pero si no te tomas las cosas personalmente serás inmune a todo veneno aunque te encuentres en medio del infierno”. Miguel Ruiz, Los cuatro acuerdos.

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