“Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”. Ghandi.
¿Alguien puede escuchar la radio o ver en el telediario alguna de las noticias de nuestra sociedad, de nuestro mundo, sin que al menos una sola vez se pregunte qué nos está pasando? ¿Qué es lo que nos ocurre para que cada día haya más muerte, menos vida, a manos de un cualquiera que así lo decidió? Si no es así, el motivo puede ser que estamos tan acostumbrados ya a la brutalidad humana que podríamos permanecer ajenos ante ella.
“Generalmente describimos los ejemplos más repulsivos de la crueldad humana como algo brutal o bestial, y con esos adjetivos damos a entender que semejante comportamiento es característico de animales menos desarrollados que nosotros. A decir verdad, sin embargo, los casos extremos de comportamiento <<brutal>> están limitados al hombre, y nuestro salvaje trato mutuo no tiene paralelo en la naturaleza. Lo tristemente cierto es que somos la especie más cruel y despiadada que jamás haya pisado la tierra; y aunque podemos retroceder horrorizados cuando leemos en un periódico o en un libro de historia las atrocidades que el hombre ha cometido con el hombre, en nuestro fuero interno sabemos que cada uno de nosotros alberga dentro de sí los salvajes impulsos que conducen al asesinato, a la tortura y a la guerra”. Anthony Storr.
Algunos pensadores, como el autor del párrafo anterior, conceptualizando la agresividad como innata, están convencidos de que en su estado natural el hombre no solo es un animal propenso a matar, sino que su feroz destructividad es única entre los animales. Llamar <<brutal>> a la conducta del hombre es difamar a las especies no humanas.
Freud elaboró una teoría según la cual los seres humanos nacen con un instinto hacia la vida, que denominó Eros, y un instinto tan poderoso como éste hacia la muerte, Tánatos, que es una inclinación instintiva hacia la muerte, que conduce a acciones agresivas: “Actúa en todo ser viviente y pugna por llevarle a la ruina y por llevarle a su condición original de materia inanimada”. Freud creía que esta energía agresiva debe de algún modo encontrar una salida, pues en caso contrario se acumula y produce enfermedad.
Científicos, filósofos, psicólogos y otros pensadores no terminan de ponerse de acuerdo sobre si la agresividad es un fenómeno innato o es una conducta aprendida. Esta controversia ha estado vigente desde hace siglos. Las investigaciones y hallazgos harían concluir que algún elemento instintivo de agresión está presente en los seres humanos, pero el instinto no es lo único que la provoca. Acontecimientos sociales y ambientales pueden producir conductas agresivas. Pienso sobre esta conclusión en los poderosos factores que actúan a modo de motivaciones externas: como el dinero. Si somos capaces de matar a un hombre/mujer porque sí, ¿cómo no vamos a hacerlo por dinero? Y si lo hacemos frente a un ser de nuestra misma especie, ¿qué no somos capaces de hacer frente a un animal?
Desde nuestros pasados prehistóricos, la supervivencia fue posible gracias a que se pudo preservar la vida. Y la agresión tuvo mucho que ver en este aspecto. Pero no podemos igualar la evolución humana y los progresos actuales en base a la hostilidad. Seríamos capaces de poder diferenciar esto con claridad si en nuestra educación y formación desde niños no hubiese primado la ecuación: hacer las cosas bien y tener éxito = GANAR A ALGUIEN. Darwin no puede seguir siendo malinterpretado si seguimos pensando que el conflicto constituye una ley de vida. La confusión de comprender la supervivencia como una lucha del más fuerte contra el más débil nos lleva al gran peligro de entender la vida como una guerra continua en la que aprendemos a ignorar y no valorar cualquier acto o conducta “NO” agresiva ni competitiva.
Hace escasos días, el programa CLANDESTINO, emitió el documental: “Rinoceronte, el cuerno maldito” en el que se refleja una realidad de muerte y poder de la que poco sabe el mundo. Lo reflejaba también XL SEMANAL en su magazine del pasado sábado 12 de Marzo: “Salvajes”. Así es la imagen de su portada, como su titular. Fotografía de Brent Stirton que ha ganado el primer premio de naturaleza del World Press Photo por su denuncia de este crimen. Imposible ser impasible al verla.
La atrocidad de los furtivos ha llegado a los zoológicos. Hace dos semanas que entraron en el recinto de un zoo francés, provisto de cinco miembros del personal y cámaras de seguridad, que, al parecer, no eran tal seguridad para entrar, saltar el vallado, matar y cortar el cuerno de Vincen, un rinoceronte blanco de cuatro años. Subespecie de rinoceronte, en gravísimo peligro de extinción. Vincen era uno de los dos rinocerontes blancos que vivían en zoológicos. Se estima que en Kenia no llegan a la decena y el único ejemplar macho vive rodeado por guardias de seguridad las 24 horas para que los furtivos no lo maten.
Sudáfrica es una de las mayores reservas naturales del planeta, pero también es el frente de una batalla que tiene su origen en el cuerno de un animal: el rinoceronte. El parque Kruger alberga la mayor población de rinocerontes del mundo, lo que lo convierte en el terreno más codiciado para los cazadores furtivos. Protack, la primera compañía privada que nace para luchar contra la caza ilegal, entrena a sus guardas con técnica militar para combatir las pandillas de furtivos fuertemente armados que disparan a matar. Es una guerra que enfrenta a furtivos y guardaparques donde mandan las armas. La mayor parte de estos cazadores son ex-soldados de Mozambique que conocen el terreno porque respiraron siempre en él.
El mundo desconoce esta masacre de rinocerontes y de seres humanos, de cifras escalofriantes. Desde 2007 han muerto cerca de 400 personas. En 2007 se mataron 53 rinocerontes. En 2016: más de 1200. Y se prevé que este año será aún peor. Si no se hace algo ya, en muy pocos años se acabarán extinguiendo. En Mozambique ya no quedan rinocerontes.
Respirando la ancestral pero FALSA creencia de sus propiedades afrodisíacas, los poderosos millonarios chinos reciben cada cuerno que se corta en África. Los furtivos cortan tan abajo y tan profundo, que mutilan parte del rostro de los pocos supervivientes que consigue vivir tras esa atrocidad. Algunos acaban muriendo por las infecciones causadas. Las crías huérfanas a las que no matan, deambulan por la sabana gimiendo lágrimas de llamada buscando a sus madres.
El cuerno del rinoceronte es su única defensa ante la vida y es también el motivo de su muerte. Queratina como la que componen nuestras uñas o nuestro pelo. Solo queratina. Pero que alcanza un valor en gramos más alto que el oro o los diamantes. Sesenta mil euros por un kilo de cuerno. Ese es el precio de esta masacre. El valor que el ser humano tiene por matar a esta impresionante especie. Si alguien ha dormido bajo las estrellas africanas, si alguien ha podido sentir lo que es el verdadero silencio en la sabana, contemplar uno solo de sus espectaculares atardeceres con el polvo amarillento en sus botas, si ha tenido la gran fortuna de ver los cinco grandes en Kenia y oler la inmensidad de su belleza… leer estas líneas fragmentará una parte de su alma.
Esto no es ya una lucha por la conservación. Es una guerra en la que estos guardianes de rinocerontes, son la única barrera entre los furtivos y los rinos.
¿Cuándo va a acabar esto? ¿Cuándo se va a dejar de matar personas para que no maten rinos? “Vamos a seguir cazando hasta que uno de los dos desaparezca”. Esto es lo que afirma un furtivo. Moral… razón… justicia… no me atrevo ni a pensar. Lo que está claro es que la violencia genera violencia. Luchar hasta la extinción se considera ganar la batalla. GANAR no es el todo, sino lo único. Justificando así en la victoria cualquier medio utilizado.
“Hasta que tengamos el valor de reconocer la crueldad por lo que es -sea la víctima animal o humana- no podemos esperar que las cosas vayan mejor en este mundo. No podemos tener paz entre hombres cuyos corazones disfrutan matando cualquier ser vivo. Retrasamos el progreso de la humanidad con cada acto que glorifica o, al menos, tolera tan estúpido disfrute al matar”. Carson, Rachel. Bióloga.
| Fuentes: BBC · XL Semanal · Elliot Aronson – “El animal social” |
Very nice bllog you have here
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