Como me apunta mi querida Paula, cuando hace unas semanas murió Bimba Bosé, las Redes Sociales se llenaron de tuits, fotos, opiniones… La mayoría, preciosos, pero siempre hay un agrupamiento de «buitres» que están al acecho para aprovechar el momento débil del otro, del que está malherido, del ser que yace sin vida. De eso se alimentan. Solo son proyecciones de sí mismos, frustraciones emocionales que salen a flote en un intento desesperado de callar esas voces interiores que les dicen qué y cómo son realmente, aunque no lo quieran aceptar ni asumir. Este es un gran problema. Pero el que cada día aumenta más considerablemente es el inexsistente respeto hacia lo distinto de mí. Somos más monstruos que personas. O mejor dicho: las personas damos más pábulo a los monstruos que a los que realmente importan. Sea como fuere, es incomprensible que cuando una persona fallece, más aun después de una incansable batalla contra el (maldito) cáncer, aun exista gente, que no personas, que se atreve a entonar palabras tan hirientes, feas y fuera de lugar.
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