QUERIDO J.A. BAYONA:
En mi imaginario te escribo. Sabiendo que esta misiva va sin dirección. Es gracias a ti que he podido saber de la existencia de esta historia: “Un monstruo viene a verme”. No había leído la novela de Patrick Ness. Vuestra unión ha terminado de dar vida a algo que ya vivía desde hacía algún tiempo, pero que muchos desconocíamos y que el cine nos ha dado la oportunidad conocer.
Imagino que habrá muchas personas que, como yo, desconocían el origen de la novela. Cómo su creadora primigenia, Siobhan Dowd, no pudo concluir el libro ya que falleció prematuramente por el cáncer. Ese primer borrador que ella dejó escrito, llegó a manos de Patrick, que pudo inspirarse en esa primera idea y siguió dándole forma a esos párrafos hasta concluir la obra. Fruto de una brutal desgracia, se crean historias. Me cuesta atreverme a cruzar estas palabras: Historias mágicas creadas “gracias” a esa “desgracia”. Pérdidas que nos dan como resultado: ganancias. Desde luego no podemos saber cómo hubiera sido la historia que Siobhan habría desarrollado y concluido, pero sí sabemos cómo es, lo que, quizás, no hubiera podido ser de otro modo.
Así es como tememos a nuestros monstruos, como el ilustrado Jim Kay, lo plasma: en blanco y negro. Pero este monstruo tiene una mirada distinta… Refleja una intensa y penetrante mirada, pero mirada amiga. Mirada que de forma cálida expresan los ojos grises de Felicity Jones. Su interpretación nos lleva casi a palpar con nuestras manos lo que se siente al estar “malitas” por la quimio. Cada vez que mira a Conor nos atraviesa a cada uno de nosotros. Probablemente para él –Lewis McDougall- incluso haya resultado terapéutico tenerla tan cerca simulando ser su madre en la ficción, en los duros momentos que tuvo que atravesar cruzando el duelo de su propia mamá, apenas un año antes.
El vínculo entre madre-hijo, es “el vínculo” por excelencia… Tú lo reflejas muy bien en tus películas. Al igual que el duelo. Asomas en ellas el miedo, los fantasmas internos, la verdad… en definitiva. Recoges esencias con las que nos enfrentamos en la vida: culpa, miedo a perder lo amado, la dificultad de nombrar lo que en el fondo desea ser nombrado, la aceptación de que la vida tiene su parte agria, sombría y fría….sus espinas, pero que sigue siendo vida.
Conor no puede poner palabras a toda esta realidad. ¿Cómo va a encontrar el modo de hacerlo si nadie a su alrededor lo hace? Lo que sí puede es intuirlo en sus miradas. Tal como leía hace poco en una reseña de esta película por Andrea Iturriaga en la revista Clínica Contemporánea. Y señalaba la autora en relación al duelo que se expresa en la película: “Se conjugan el duelo de una madre por su hija, el duelo de una madre por dejar de poder cuidar a su hijo, el duelo de una mujer respecto a la derrota frente a su enfermedad, el duelo de una abuela por un nieto huérfano, y a la vez y muy importante: el duelo de un niño por su madre y el duelo de un niño respecto a su infancia, adentrándose así en otro periodo de su vida, la adolescencia”. Estas son las salpicaduras de los duelos.
Me pregunto si percibes la dificultad que genera sentir estas realidades que implican desnudarnos en el cine. Ese miedo que nos produce el derrumbe no solo de nuestro llanto sino de todo nuestro interior. No me refiero al lugar en el que depositamos nuestras lágrimas sino a esa parte que nos asusta y que con solo visionar el tráiler de la película nos encamina ya a hacer un juicio emocional que es el que nos empuja a verla o no. Eso es exactamente lo que me expresaban algunas amigas: no habían ido al cine porque “se veía que era de llorar” o “porque parecía muy triste”.
Creemos que si no vemos ese sufrimiento… entonces es que no existe. Ya sabemos el refrán: “ojos que no ven corazón que no siente”. No ir al cine a verla porque me roza mi dolor es como si ese dolor interno quedase dormido y tuviésemos la certeza de que no va a despertar. Lo que aún ellas no saben es si son realmente “los monstruos” los que nos dan miedo… ¿O son los que nos liberan de él?
Tengo que decirte que hay algo que me encanta por encima casi de cualquier otro aspecto: que decidieses que Conor dibujara. Ese hecho le ayuda a plasmar al exterior, sobre el papel, lo que procede de su interior. Me lleva inevitablemente a la Arteterapia, reflejar y plasmar mediante distintos elementos lo que sentimos. Y eso, ya solo eso en sí, es terapéutico.
Conor puede crear un lugar en el que el dibujo le saca del resto de espacios inertes que lo rodean. Ese espacio lo mantiene vivo. Como diría Winnicott, ese es su espacio transicional. La fantasía puede hacer frente a todo aquello que los niños necesitan digerir de la realidad, como el dolor. Gracias a la fantasía se conectan a la vida real. Conexión que hasta en la escuela le falta a Conor. Allí parece invisible, desconectado de las clases y en definitiva del mundo.
Nos haces sentir impotencia ante la ausencia de reacciones. Ningún profesor está vinculado con él, ninguna atención sobre él ni sobre la situación familiar que atraviesa.
No es bueno ser invisible… tu escena lo refleja a la perfección. El único reconocimiento de que existe viene dado en forma de insultos y golpes cuando acaban las clases. Al menos así aparece una huella de su dolor, aunque sea físico. ¿Puede entonces el dolor físico calmarle otro tipo de dolor, ese insoportable dolor psíquico que nadie parece percatar?
Conor refleja su mundo, sin ser consciente de él, en un monstruo que ha venido para curarlo de la no aceptación y a partir de ahí poder tener la capacidad de elaborar la pérdida, que en definitiva es “su verdad”. Cuántas veces necesitaríamos en la clínica esta clase de monstruos para que cada uno de nuestros pacientes pudieran poner palabras a sus verdades…
“NO VINE A CURAR A TU MADRE, VINE A CURARTE A TI”. Qué gran verdad. A modo de psicoanalista aparece siempre a la misma hora -creando así el encuadre- y le acompaña, le pone límites, le da permiso para sentir, le ayuda a sacar a la luz lo que habita en sus lugares más oscuros.
Cierto es que como defensa, todos recurrimos a esconder, reprimir o callar nuestras emociones. Atravesar esa complicada situación siendo un niño como es el cáncer y la inevitable muerte de su madre, tiene la expresión de la ira, la rabia, la apatía, la soledad. Lo que ocurre es que esa angustia acabará saliendo por algún lado… como le ocurre a Conor.
Reflejarnos esta historia querido Bayona, es darnos cuenta de nuestra propia historia… de la necesidad que muchas veces tenemos de crearnos monstruos que nos ayuden a atravesar lo real.
Te preguntaban en una entrevista si tenías psicólogo, y tu respuesta era: “ahora no”. Claro…¿cómo vas a removernos tanto… sin haberte removido tú mismo antes? Solo así logras que visitemos esas sombras.
Lo que podemos extraer de toda esta maravilla de obra en definitiva es el funcionamiento la psique humana… pero en destellos psicoanalíticos. Esa forma de callar, silenciar, NO VER porque querer ver es desgarrador… y que al entrar en ebullición, sin válvula de salida o escape, sale al exterior de forma explosiva e incontrolada. HACER CONSCIENTE LO INCONSCIENTE.
Gracias a su relación con el monstruo, Conor puede volcar de una forma soportable lo que antes de esa relación se hacía insoportable.
Aunque no lo sepas, has perfilado la labor terapéutica con esta película, no te digo de la psicoanalítica… Has mostrado la importancia de lo emocional, de nombrar lo que sentimos, de PONER PALABRAS, de hacer lícito la forma en la que algunas veces expresamos la rabia y el miedo aunque sea rompiéndolo todo… Has conseguido nombrar lo que parece innombrable cuando somos niños: la muerte. Muchos papás sustituyen los animalitos de compañía cuando éstos mueren para que sus hijitos no se den cuenta de este hecho y así no sufran, queriendo evitar que se enfrenten con la pena, el dolor, la muerte… Has acercado el inconsciente a muchas puertas cerradas. Has logrado que se comprenda que todos tenemos situaciones que nos rompen por dentro y que, sin ayuda, es muy complicado sacar y elaborar esas dificultades. Has mostrado la labor que algunos terapeutas intentamos llevar a cabo en nuestro diván.
Aunque se narren cuentos, no son dibujos infantiles, pero sé de alguno que con 11 años -en terapia desde hace uno- y tras ver la película con su madre pone palabras a ese monstruo para dejarme sin palabras: “Tú eres para mí como el monstruo de la película, porque me ayudas con mis dificultades. Ahora entiendo el trabajo de los psicólogos”. Tu película le movió, y se encamina ahora a poner palabras -dentro del espacio terapéutico en el que ya estaba- pero desde otro lugar distinto del que estaba colocado.
Nos has mostrado que a veces hay que enfadarse con la vida porque no siempre las cosas salen bien, no siempre los tratamientos funcionan y no siempre el “tejo” cura.
Nos has hecho ver el sentido de la lucha hasta el final; ver que contar la verdad a los niños es más importante que no darles información que les llena de fantasmas; que los límites y los “malos de los cuentos” no son tan malos sino que cumplen una función y proporcionan orden a nuestros caos.
Gracias por haber dado forma a esta maravilla de libro; Gracias por haber rescatado nuestras emociones del profundo “HORFANATO” en el que hacemos que vivan; Gracias por lograr “LO IMPOSIBLE” dando voz a nuestros más profundos temores; Gracias por hacernos sentir libres… cuando “UN MONSTRUO VIENE A VERME”.