NAVIDAD… ¿DULCE NAVIDAD?

Es época ya en la que en muchas ciudades huele a Navidad. Son días previos a ésta en la que se planifica si vamos a casa de tu madre o de la mía, hacer la interminable lista de la compra para los menús, ir almacenando el turrón como si no se pudiera volver a comprar nunca más, la carta a los Reyes Magos y la ansiedad en la espera, compras y más compras… Hay quienes ya están estresados sólo leyendo estas líneas y los hay que disfrutan con todos estos preparativos.

Se iluminan las calles y a la vez algo en nuestro interior. “El espíritu navideño” se instala para tratar de atraparnos en ese saco rojo que Papá Noel carga en su espalda. Esas luces llevan de la mano muchos recuerdos e inmediatamente lo asociamos a la fantasía, la magia de sentir que desde Oriente llegan a nuestra casa, la lumbre y sus miradas, abrazos largos…sueños que diciembre y sus dos patitos con sus gigantes bombos nos hacen esperar nerviosos el cántico de los ruiseñores del Escorial y nos transportan a rincones  en los que es poreuniñarespiertos. Villancicos que fueron nuestra nana en la cuna y que nos siguen arropando cuando llega el frío. Familia, amigos… encuentros y desencuentros.

Emociones con una salsa agridulce entre “tener ganas” de que lleguen estas fechas y “desear que se acabe”  lo antes posible. Compaginar ese guiso no es nada sencillo.

VITAE PSICOTERAPIASiempre tuve esa sensación de tener que estar contenta en estas fechas… ser feliz y olvidar todo lo que supusiera lo contrario “porque estamos en Navidad”. Todo cabía en ese saco de justificaciones injustificadas. Nos queremos llenar tanto de todo… que es imposible no sentirnos empachados. Y no sólo me refiero al turrón, sino que nos rodean sensaciones del “deber” y “tener que”, que nunca dejarán que nuestro interior se llene a su antojo.

Parece ya una frase hecha, pero en este tipo de fechas siempre acabas pensando en los que ya no están. Crees que el anuncio del Almendro también te va a pasar a ti y ocurre que sí pasa: vuelven a casa por navidad… excepto los que no volverán jamás. Y se produce entonces una tendencia a centrarnos en la falta… sin poder valorar a los que SÍ están.

Esos vacíos, los agujeros internos de ausencias, nunca se acaban de llenar. Son como rotos en los bolsillos de los pantalones, cosidos y re-cosidos por los que al final se acaban colando las monedas.

Cicatrices que te recuerdan que hay sillas vacías, que sigue habiendo ese espacio por el que se cuelan los fantasmas y aparecen las sombras. Sombras que, sin ser las de Grey, se escriben con mayúscula. Sillas vacías que a veces se incrementan de una Navidad a otra. Y que, en el mejor de los casos, aparecerán sillitas a las que hay que dejar un hueco nuevo, un recuerdo, una magia que seguro tú también tuviste y que te enseñó a soñar.

Recuerdo los nervios al saber que estaban a punto de llegar de viaje, la emoción de preparar las mesas, la comida, planificar día a día qué ingrediente emocional se añadía para el día siguiente. El encuentro deseadísimo de estar con las amigas, juntas… esos encuentros con fechas y rituales que año tras año cerraban uno y abrían el siguiente; prepararnos los tacones a pesar de los cinco centímetros de nieve y, con suerte, dar los buenos días a “Lorenzo” con la música resonando aun en los oídos. Parece tan lejano… que mi memoria me está pidiendo una pausa de tanto trabajar.

VITAE PSICOTERAPIAAhora viajo a lugares mágicos que sirven de refugio a mi nostalgia para que no se empeñe en que cualquier tiempo pasado fue mejor. Mi maleta es el amor de mi héroe sin capa que me recuerda el mensaje que Amenábar plasma en el esperado y maravilloso anuncio de Navidad de este año: «La suerte es habernos encontrado”.

Y es que hay veces que nos olvidamos de buscar el lado bueno de las cosas… Podríamos sentirnos pletóricos por ser tanta gente y no quejarnos de que no hay espacio; podríamos felicitar por la comida que han preparado y el esfuerzo que conlleva pero nos quejamos de la cantidad de comida que hay sobre la mesa; que el cava que hemos comprado es mucho más caro que el que trajo mi cuñada el año pasado en vez de disfrutar cada sorbito poniéndole así el valor que le corresponde. Ser agradecidos es reconocer, dar valor a lo que alguien hizo con dedicación y con la intención de agradarnos. Ya con esa entrada, es difícil no sentirnos a gusto.

A veces, este tipo de reuniones familiares hacen que las conversaciones tomen apariencia de un circo de discusiones y peleas en el que lo único que importa es que el trapecista (que soy yo), es el que mejor lo hace. Si tratamos de escuchar queriendo tener razón, mal vamos… Escuchar al otro requiere atender lo que dice más allá de las palabras que pronuncia. Se trata de escuchar con todo: con mirada, con tripas y corazón, para tratar de entender el lugar desde el que nos habla. ¿Habla desde sus miedos? ¿Desde sus deseos? ¿Desde sus anhelos?… Sólo si nos sabemos colocar de forma consciente y profunda podremos mantener una escucha activa y no simplemente abrir los oídos mientras estoy atento a mi móvil. Abrir los oídos no es abrir el corazón.

Es muy importante que nuestra actitud esté en consonancia con nuestro sentir. Si voy a la cena de Nochebuena sintiéndome obligado deberíamos saber que es probable que nuestra actitud ya no vaya a ser la adecuada. Ir a cenar con alguien cuando sabes que no lo vas a pasar bien es un gran signo de interrogación. Quizás hay que decidirse por hacer lo que uno sienta y no lo que cree que debe hacer. Vamos a una celebración y, si uno no quiere celebrar, hay que darle ese espacio para sí mismo.

VITAE PSICOTERAPIAPero si decidimos acudir, si nos comprometemos a estar, esta es la idea: vamos a celebrar algo, lo que sea, con personas a las que nos une algo, con las que compartimos algo y, aunque sólo sea una vez al año, brindar por esa vida y ese camino juntos es un buen motivo para estar presentes en el “chin, chin”.

Ser consistente con aquello que hemos decidido nos ayudará a equilibrar ese compromiso con nuestro sentir. Mientras que si la consistencia se rompe aparecerá ese malestar interno tan desagradable llamado disonancia cognitiva.

Probable es también que supongan un gran consumo de energía y emociones que por no regularlas bien uno se pueda sentir saturado y empachado de cuñados que lo saben todo y tías que no tienen nada en cuenta… por no hablar de esa familia política que cambiaríamos sin pensarlo por la del vecino y que, como su nombre indica, se juntan dos conceptos que están abocados (y ahora más que nunca con ese querer independentista) a las discusiones: familia y política. Con esta ecuación es muy fácil pensar que nada bueno puede salir de ahí.

No es buena idea anticipar qué es lo que puede pasar este año si tomamos el ejemplo del año pasado. Es importante también sentirnos con libertad para expresar lo que sentimos respecto de este tipo de reuniones, aunque no siempre podamos elegir que sea en mi casa y no en la tuya.

VITAE PSICOTERAPIATener una buena predisposición y mínimas expectativas nos ayudarán a tener ese “espíritu navideño” que a veces se esconde y que si lo dejamos libre puede convertirse de la clave del éxito.

Si somos capaces de comprender el significado que el otro le da a la Navidad o al reunirnos todos; si aceptamos que lo que para mí tiene sentido quizás no lo tenga para otro o que el significado que otros le dan a algunas cosas no es un ataque personal, entonces seremos capaces de vivir todo esto juntos pero no revueltos.

¿Y si esta Navidad… abrimos el corazón?

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