NO PUEDO DECIR QUE NO

¿De quién es esta frase? ¿Quién la inventó? ¿Para qué sirve? No sé si alguien se pudo preguntar alguna vez una de estas cuestiones, pero creo que es muy nuestra… está muy interiorizada. Hay incluso personas que la llevan de nombre propio. ¿Pero cuándo comenzamos a hacerla tan nuestra?

En otras épocas era necesario liberar a nuestro yo del autoritarismo reinante de la sociedad, de esa internalización del “deber”, pero hemos pasado del “porque lo digo yo” paterno al “porque lo quiero y punto” del hijo actual. Vivimos en una sociedad que nos impulsa a gozar, a no reprimir, a vivir deprisa, a quererlo todo y quererlo ya, aumentando cada vez más una enorme confusión en muchos padres actuales que no dan un NO a sus hijos para evitar herirlos o verlos sufrir. Padres que complacen 24 horas a sus bebitos sin frustrarles ni limitarles en cualesquiera que sean sus deseos. La importancia de poner límites es tan constructiva… que gracias a ello nuestra personalidad adquiere fortaleza. Pero éste es otro tema al que también podríamos poner palabras en este blog, ¿no?

Desde pequeños nos han enseñado a ser agradecidos, a no ser egoístas, a ser educados…. a pensar en los demás al decir algo o al comportarnos de determinada manera.

Desde niños, aprendimos tanto y tan bien lo que significa complacer a nuestros padres, que no quisimos después llegar a sentir el significado de lo contrario. No complacer a papá y a mamá, nuestros idealizados dioses, podría significar perder su amor… y ese temor, ese miedo a la pérdida… condicionó nuestra persona.  Nos pasaba también con nuestros maestros y profesores. Desde la guardería nos alimenta la sonrisa devuelta al entregar un garabato…. Sentarse en las primeras filas llevaba implícito el reconocimiento de las calificaciones. Recuerdo cuán de valioso era conseguir “un punto positivo” de Don Guillermo. Perder ese tipo de aprobaciones minaba nuestro self.

Asociamos el “no” a una pérdida y el “sí” a una ganancia. ¿Por qué entonces nos cuesta tanto pronunciar un rotundo “no”?

No es que no sepamos decir que “no”, es que no nos atrevemos a hacerlo, porque, hacerlo, lleva un coste emocional. Tenemos una gran dificultad a la hora de decir lo que queremos. Y es que en muchas ocasiones somos muy dependientes de la opinión del otro. 

El ‘sí’ lo decimos muy rápido y el ‘no’ muy tarde.

Decir “no” es temer perder… Perder el amor de alguien por decirle no, perder la amistad de alguien por no hacerle un favor, perder la consideración de tu jefe por no quedarte a trabajar fuera de horas… quizás por eso decimos sí cuando en realidad deseamos decir no.

Pero, ¿nos damos cuenta de que al decir sí, estamos viviendo los deseos de otra persona? ¿De qué nos sirve quedar bien con alguien si quedamos mal con nosotros mismos?

Claro está que hay quienes prefieren reprimir su “no” a que aparezca nuestra compañera de viaje inseparable: la culpa.

Pero esta dificultad de decir que no al otro y a sus peticiones, no fue siempre tal. Hubo un tiempo en el que gozábamos al decir no. Los bebés aprenden mucho antes a negar que a afirmar.

No es necesario para el bebé haber adquirido el lenguaje para ser el rey de las negaciones. Le basta con mover la cabeza de lado a lado, una y otra vez… lo repite sin cesar. Y qué decir de esa etapa en la que el niño y  su “lengua de trapo” adquirida pronuncian NO a cualquier petición, reclamo o señalamiento que se le haga. Incluso de tanto decirlo, le hace gracia y lo adquiere como compañero de juego. Pronunciar el no rotundo le da poder, le imprime de autoridad. Y eso le gusta… Ahora, de adultos, perdemos (nuestra voluntad real) por el miedo a perder…

El temor al qué dirán o a ser juzgados o rechazados lleva un peaje emocional que no todos estamos dispuestos a pagar si decimos “no”. Podríamos inclusive ser remplazados, no considerados, quedar excluidos del aprecio y la amistad. Podríamos, incluso, quedar atrapados en el olvido.

VITAE PSICOTERAPIA

Nada tiene que ver con prestar ayuda al que la necesita o con rechazar a la persona que nos reclama algo, sino que se trata de ver que no podemos llegar a todo, complacer a todos, quedar bien con todos o ser maravillosos todo el tiempo.

En psicología se llama a este poder decir no” asertividad. Los orígenes de la palabra se encuentran en el latín asserere o assertum, que significa “afirmar” o “defender” (Robredo, 1995). Es con base en esta concepción que el término adquiere un significado de afirmación de la propia personalidad, confianza en sí mismo, autoestima, aplomo y comunicación segura y eficiente (Rodríguez y Serralde, 1991).

Poder decir no, es conocerme, saber qué es lo que deseo, qué puedo dar de mi al otro, cuándo y de qué forma tengo disposición de sentirme libre para no temer que pierdo… que te pierdo si no accedo a tu deseo. Esa confianza en uno mismo hace que no exista ansiedad al hacer algo que en realidad no quería hacer… y eso nos mantiene aliviados. Es un rasgo de madurez, de control sobre mis propias decisiones y de conocimiento sobre mis propias limitaciones.

El comportamiento asertivo consiste en «expresar lo que se cree, se siente y se desea de forma directa y honesta, haciendo valer los propios derechos y respetando los derechos de los demás». Esta definición, puramente cognitiva, hace que parezca sencillo poder llegar a tener un comportamiento tal. Lo que no aclara mucho es eso de: “respetando los derechos de los demás”. Ahí es fácil que nos perdamos si nos salimos de este nivel teórico, ¿verdad?

«Para ser asertivo se necesita aceptarse y valorarse, respetar a los demás, permanecer firmes en las propias opiniones, comunicar con claridad y directamente, en el lugar y momento adecuados y de forma apropiada, lo que se quiere o se necesita decir». Pick y Vargas (1990)

Al decir no, inevitablemente surge la idea de que hay otra opción que queda sin elección. Tomar una decisión lleva implícita la pérdida de otras. Y esto es lo que genera tensión y ansiedad… Considerarme buena amiga y decirle que no a prestarle dinero, hace que permanezcan en mí dos ideas psicológicamente incompatibles: si soy buena persona y buena amiga, ¿cómo puedo decir que no? Y es siguiendo esta regla que nuestro título en estas letras es nuestro fiel amigo.

Agradamos al otro sin agradarnos a nosotros mismos. Pero ese conflicto hay que lidiarlo con uno mismo ya que la angustia nos creará discursos repetitivos sobre la decisión tomada o peor aún, se instalará en nuestro cuerpo.

Os dejo con unas letras de un libro maravilloso que a muchos nos hizo sentir/vivir un antes y un después tras leerlo. “El mundo amarillo” del GENIAL GENIO Albert Espinosa.

LISTA DE LOS NOES:

  1. Debes saber decir no.
  2. Los noes deben aplicarse a cosas que deseas, que no deseas, que sabes que te sobrepasarán y también a ti mismo.
  3. Los noes tienen que ser aceptados. No dudes de ti; si diste un no, confía en ese no.
  4. Disfruta de esos noes tanto como de los síes. Un “no” no tiene por qué ser negativo, puedes gozar tanto de él como gozas de los síes. Puede darte alegrías, puede tender los mismos puentes. No pienses que te estás negando algo sino que te abres caminos para otros síes.

“NO LO DUDES, EL ‘NO’ TE TRAERÁ MUCHOS SÍES”.

2 comentarios en “NO PUEDO DECIR QUE NO

  1. Otro gran dilema interior… y ahí la realidad de quererse y estar seguro de uno mismo, de las decisiones y las elecciones, y esa suele ser (o para mi lo es) una dificultad. Ese temor a equivocarte, a ,como que bien dices, perder te retumba en la cabeza… caminos que andar y a pesar de los años, seguir madurando
    Gracias de nuevo

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