Hace un año que publicamos por primera vez y estaba intentando hacer un guiño a esta nueva amistad con “en busca de sentido” hablando precisamente de la importancia de“la amistad” y la diferencia del “ser amigo”, pero quedará de momento en el cajón del “por ahora no” porque hoy quería compartir con aquellas almas que se detienen en leer lo que pienso en alto (y plasmo en papel, porque, sí, sigo siendo de papel…) el mejor post que os he entregado hasta ahora. ¡Sí, sí, el mejor! Obtiene tal calificación precisamente por no ser mío, no lo he escrito yo… (aún mantengo a mi fiel amiga “la humildad” y creo que no se me ha ido de la pinza «la cordura” como para pensar que literariamente soy la leche. «El porque yo lo valgo” prefiero dejarlo en la intimidad de mi vestidor y mi timidez.
No lo he releído porque normalmente no me gusta hacerlo, prefiero quedarme con ese sabor que me proporciona el bocadito de la primera lectura: salado, dulce, amargo… Pero en este caso estoy deseando hacerlo. Volver a leerlo y poder colorear con mis pinturas, sacarles punta y subrayar lo que desde hace muuuuuucho tiempo me irrita del “hay que ser positivos” (porque sí y porque te lo digo yo) y dar así salida a un sentir y un pensar sobre algo que actualmente estamos viviendo en nuestra sociedad sin apenas reflexionar sobre ello. Creo que volveré a este mismo contenido en futuros escritos al retomar otros ya tratados como las redes sociales.
Su autor es Claudio Moreno y lo escribe en Yorokobu. Ha tropezado en mi hueco de “pincho y café brocense” ojeando publicaciones de Twitter, así lo he descubierto. No conocía las publicaciones del autor ni la plataforma y me siento una gran afortunada por cruzarme CON y pararme EN ese post y no otro (como quien cruza la mirada con un desconocido y se atreve a decir: ”hola, ¿qué tal?” siendo esa frase el inicio del Todo).
No os quiero contar mucho más que un breve sentir personal para que lo podáis leer vosotros. No sé si compartiréis opinión o no, pero eso no es lo importante, reflexionar sobre el tema sí lo es. A veces suelo utilizar este dicho de «la cabra tira al monte” para varias conversaciones muy distintas entre sí y es que resulta muy “para todo” en muchas ocasiones. Esta vez lo pongo aquí para expresar que por más que queramos escapar de nuestro profundo sentir, este sigue estando ahí… a menos que hagamos algo al respecto. Claro está que se pueden producir cambios en las personas a nivel cognitivo, conductual, social… pero esos cambios, aún llegando de un día para otro, necesitan de un asentamiento psicológico para que puedan perdurar en el tiempo, para que puedan movernos un poquito en nuestra estructura de personalidad. Son los cambios anímicos los que más nos movilizan haciendo que veamos el mundo a través de las gafas que en ese momento llevemos puestas, pero esto va y viene, como subidos en una montaña rusa. Esto no queda fijado a nivel estructural y una vez pasado el efecto (como si de un analgésico se tratara que tras ocho horas sin dolor… el efecto calmante desaparece y ahí vuelvo a sentir mi dolencia) volvemos a sentir ese desasosiego, esa desmotivación, ese pesar. A eso me refiero con el dicho agreste de “la cabra tira al monte”. Son pequeñas tiritas que vamos colocando sobre nuestra “psique” de modo que para hoy me vale porque deja de sangrar. Pero mañana, cuando retire ese pequeño parche, la herida sigue estando ahí. Sin apenas darme cuenta de que el hecho de no verla, de no tenerla presente, no hace que desaparezca. Sigue allí.
Tengo muy presente que hoy en día las personas buscan resultados rápidos, sea en lo que sea, pero nuestra mente no funciona igual que nuestra conducta. Cierto es que a nivel personal (dejando de lado mi profesión), todos necesitamos empujoncitos que nos hagan parar el tiempo de nubarrones y seguir hacia adelante, sea bebiendo de una taza con el dibujo de una vaca con capa de superheroína que dice “soy la leche” y te imprime ese significado, o sea una amiga que te empuja a que lo mejor es no pensar, pintarte los labios, ponerte los tacones y salir de marcha mientras te grita “que le den morcillas” al que te acaba de dejar por otra. Pero (ahora sí desde el lado profesional) ese dolor será manifiesto nuevamente, acudirá a ti tan prontito se pase esa euforia con tu amiga y se vaya el color de tu labial. Claro está que llama mucho más la atención una agenda con maravillosos mensajes o una Masterclass sobre: ”cómo ser feliz” o “aprende a comerte el mundo” que una terapeuta que te diga: “Te ayudaría mucho comenzar terapia una vez por semana”.
Os puedo asegurar que la llegada a fin de mes de los dos ejemplos anteriores al mío discrepan mucho (actualmente una sesión de un coach puede estar costando el doble que una sesión de psicoterapia) pero cada quien va haciendo su vida en función de su sentir y de su ser, en función de cómo entiende el mundo que le rodea, en función de cómo uno se entiende a sí mismo.
Como psicóloga, no soy consumidora de analgésicos, no los rechazo ni los menosprecio pero sí veo necesario saber lo que consumimos y para qué lo hacemos. Como Carmenchu, me encantan las tazas con textos mágicos, los calendarios que te empujan y las charlas que te mueven inmediatamente de tu zona de confort. No quiero decir que haya que renegar de todo lo que no sea una psicoterapia profesional sino simplemente que seamos conscientes de lo que tenemos, de lo que queremos, de nuestro sentir, de nuestra realidad, de nuestro derecho a no sentirnos pletóricos 24-7 (24 horas al día los 7 días de la semana) y, desde ahí, poder elegir lo que quiero o lo que necesito. Y es que a veces conseguimos dejar de fumar en cinco sesiones y empezamos a comer compulsivamente en menos de dos. ¿No será que hay algo más que no estamos viendo y que es lo que me empuja a comportarme así?
Sin más, os dejo con el artículo que habla de este tipo de “Psicología Pop” de Claudio Moreno: ¡No os lo perdáis por favor!